Son las 6:52 am.
El sol aún no ha salido y el centro de El Paso ya muestra signos de vida.
Un hombre sentado frente a una tienda de segunda mano fuma un cigarrillo, las cenizas vuelan en la noche desde sus dedos.
Una joven busca refugio del frío en la estación de autobuses, un bebé duerme acurrucado contra su pecho.
En la calle Oregon, una mujer madura hace la señal de la cruz frente al efigie de la Virgen de Guadalupe.
La luz del sol besa muy suavemente el mural de Ciudades Hermanas, y me dirijo al Puente Internacional.
Se hacen Manifiestos.
Aceptamos Pesos.
Los negocios se despiertan con letreros y leyendas bilingües.
El centro hierve con vida.
"Buenos días, Marta, ¿cómo amaneció?"
"¡Q'hubole, mi Pancho! ¿Cuándo me vas a pagar?"
El bullicio de a diario marca el comienzo del día para los Paseños madrugadores.
Segundo Barrio es donde el corazón viene a cantar en Spanglish.
Es el patrimonio de una ciudad y la primera dosis del sabor único de El Paso.
Es mi definición personal de nostalgia.
Y fue mi hogar.